La conductora Marine ofrece sexo a un pasajero FakeTaxi

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Nunca olvidaré aquel viaje en taxi con Marine. Había llamado a un taxi después de una larga noche de fiesta, agotado pero zumbado, con ganas de quedarme en casa. Cuando el taxi se detuvo, ella estaba al volante: una mujer despampanante, con curvas ceñidas por un top ajustado, el pelo rubio cayendo en cascada sobre sus hombros y unos ojos que se clavaron en los míos a través del retrovisor, como si ya conociera mis secretos. “Sube, guapo”, ronroneó, con voz grave y ahumada. Empezó de forma inocente: indicaciones, quejas sobre el tráfico, lo de siempre.

Pero, maldita sea, el aire se espesó rápidamente. Marine conducía con un vaivén de confianza, su cuerpo cambiaba de marcha de forma que atraía mi mirada hacia sus muslos que se apretaban contra el asiento, sus mechones rubios que reflejaban las luces de la calle como seda dorada. Me pilló mirando, sonrió y se inclinó hacia mí: “¿Noche dura? Parece que necesitas relajarte... Yo podría ayudarte”. Sus palabras se hicieron pesadas, impregnadas de calor, mientras frenaba ante un semáforo en rojo y miraba hacia atrás con los labios entreabiertos para burlarse.

Se me aceleró el pulso. Aumentó el ritmo, compartiendo “historias” de la carretera: pasajeros que habían suplicado algo más que un viaje, sus propios antojos tras turnos solitarios. “El tráfico como éste hace que una chica tenga pensamientos sucios”, susurró, con la mano rozando el volante como si fuera la caricia de una amante, y los mechones rubios meciéndose con el movimiento. El espacio reducido lo amplificaba todo: su perfume, el zumbido del motor que reflejaba mi creciente dolor, la forma en que su pecho se elevaba con cada respiración. Me moví, ya medio empalmado, tartamudeando mientras ella reía suavemente, con ojos que prometían pecado.

Cuando nos detuvimos, la tensión era eléctrica, irresuelta, palpitante. “¿Te debo un extra?” bromeé débilmente. Ella me guiñó un ojo: “La próxima vez nos saltamos el taxímetro”. Al bajarme, me quedé hecho polvo, repitiendo cada una de sus curvas y palabras. Aquello no era sólo un taxi, eran juegos preliminares sobre ruedas.